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Una revisión de las virtudes políticas en el mito de Prometeo 



Mejor que el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo

Confucio


Vivo de aquello que los otros no saben de mí  

Peter Handke



En uno de sus diálogos, el Protágoras, Platón introduce el mito de Prometeo. Éste es narrado por el mismo Protágoras (reconocido sofista de la época y autor de la célebre frase “El hombre es la medida de todas las cosas”)  con el propósito de exponer la versión sofística de los orígenes de la cultura. 

Según el mito, los dioses crearon a los seres mortales a partir de una mezcla de tierra y fuego. Como en el útero materno, éstos permanecieron un tiempo dentro de la tierra hasta encontrarse prontos para ser dados a luz. Así, llegado el momento, los dioses encomendaron a los hermanos Prometeo y Epimeteo la distribución de las cualidades respectivas a cada especie animal. Éstas debían ser distribuidas en forma conveniente para garantizarles la supervivencia a todas las especies por igual. Los hermanos acordaron que Prometeo supervisaría a Epimeteo, quien se encargaría de la distribución:  “a los unos les concedía la fuerza sin la rapidez y, a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su salvación. A aquellos que envolvía en su pequeñez, les proporcionaba una fuga alada o un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño, con esto mismo los ponía a salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto”. Pero, no siendo del todo sabio, Epimeteo se gastó todas las cualidades en los animales, dejando a los seres humanos desnudos, descalzos, sin cobertura, colmillos ni garras (no en vano se dice que, de todos los animales, somos los humanos los más vulnerables). Temiendo su inevitable extinción, Prometeo robó el fuego a Hefesto y a Atenea el conocimiento de las artes, y se los dió a los hombres para que pudieran ganarse la vida. Este hecho fue el que valió a Prometeo el apodo de “titán amigo de los mortales”, así como también el castigo de Zeus, quien lo condenó a permanecer encadenado a una piedra mientras un aguila devoraba su hígado.

Así, gracias a la osadía de Prometeo, los seres humanos se vieron más protegidos frente a las amenazas provenientes tanto de la Naturaleza como de las demás especies: inventaron casas, vestidos, calzados, coberturas, alimentos de campo y armas para cazar. Sin embargo, todo esto era suficiente para asegurarse la supervivencia y, como “la unión hace  la fuerza”, los animales humanos comenzaron a cogregarse para  ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero la convivencia no les resultaba fácil porque, a pesar de dominar diversas artes y ténicas, carecían aún del conocimiento de la política, que hace posible la vida en sociedad. Así, tarde o temprano, terminaban atacándose unos a otros para volver a dispersarse y ser destruidos por las fieras. 

Consciente de la vulnerabilidad y desprotección de los animales humanos, Zeus ordenó a Hermes que llevara a los hombres el sentido de la justicia y el pudor, para que pudieran cultivar vínculos de amistad, propiciar una atmósdera de orden en las ciudades y cultivar la deferencia entre los conciudadanos. Por otra parte, a diferencia de los conocimientos específicos -como la medicina, la matemática, la filosofía o la orfebrería-, que eran repartidos en forma desigual, éstas cualidades debían ser distribuidas entre todos los hombres por igual: “Pues no habría cuidades si solo algunos de las poseyeran. Además, impon una ley de mi parte: que al incapaz de participar del sentido de la justicia y del pudor, lo eliminen como una peste de la ciudad”. 

El mito de Prometeo refleja una concepción manifiestamente democrática de la política, donde todos los ciudadanos tienen, no sólo el derecho, sino también el deber de velar por los bienes que hacen posible una coexistencia civilizada. De ahí la importancia de que las “virtudes políticas” sean repartidas entre todos los hombres en forma equitativa, y de penar a las personas que no las poseen por representar una amenaza contra el orden y bienestar social. Pero, ¿qué representan exactamente el pudor y el sentido de la justicia? ¿Por qué Zeus las consideró tan fundamentales para la convivencia humana? ¿Basta con poseer sentido de la justicia para saber qué es lo justo en cada caso particular? ¿O tener pudor para reconocer cuándo estamos irrumpiendo en la intimidad y libertad de los otros, o siendo violentados en nuestra propia libertad e intimidad? 

Los dioses griegos no se caracterizaron por enviarle a los mortales mandatos o leyes a los cuales atenerse para asegurarse una vida buena o feliz. A lo sumo, para algunos -como Pitágoras-, los dioses les habían regalado la matemática como un medio para descifrar los grandes enigmas del Universo. En efecto, para los filósofos de la Antigüedad, tanto la Naturaleza como los asuntos humanos debían ser desentrañados y comprendidos a través de la razón. La adquisición del conocimiento era responsabilidad de los hombres, y no de los dioses. 

Así, las virtudes donada por Zeus a los hombres no representan ningún paliativo o solución mágica para “el malestar en la cultura”, parafraseando a Freud. Lejos de facilitarnos respuestas convincentes, el sentido de la justicia y el pudor nos obligan a identificar lo que nos incomoda o genera malestar, detenernos a observarlo y preguntarnos qué podemos hacer para  enmendarlo. A no permanecer indiferentes, a no pasar de largo o mirar para el costado de cara a lo que debemos hacernos cargo . Son cualidades intuitivas que, estimuladas por el malestar o la incomodidad generados por lo que atenta contra el bienestar general, avivan el asombro e incentivan el cuestionamiento. Poseer sentido de la justicia no significa saber qué es lo justo, sino reconocer cuando algo no lo es y reaccionar (reflexionando y actuando conforme a lo que pensamos) para reparar lo injusto y liberarnos del malestar que nos provoca. Carentes de respuestas o fórmulas definitivas, ésta es la única forma humananmente posible de velar por la justicia, concebida por Platón como el fundamento de todas las virtudes políticas y condición sine qua non del bienestar y felicidad de toda comunidad. 

En cuanto al pudor: en la actual era de Twitter, Gran Hermano y “La sociedad de la transparencia”, Zeus diría que necesitamos una “actualización” urgente de esta virtud política. Mas, de seguro también, esta vez nos encomendaría ser más benevolentes al aplicar la ley sobre aquellos que no participan de ella. De lo contrario, inmersos en y afectados por una cultura donde para ser hay que aparecer, y donde “cada sujeto es su propio objeto de publicidad”, la mayoría correría el riesgo de ser expulsada de la ciudad y condenada a ser asolada por la Naturaleza y devorada por las fieras… Aunque quizás deberíamos preguntarnos si no estamos ya acaso, como los desprotegidos animales humanos del mito de Prometeo, expuestos al salvajismo propio de una existencia carente de todo respeto a la intimidad, tanto propia como ajena. Porque ya lo dijo Byung Chul Han: “el imperativo de la transparencia hace sospechoso a todo lo que no se somete a la visibilidad. En esto consiste su violencia”. 



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