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EL AMOR DE UNA MADRE

Por Lic. Magdalena Reyes Puig

licmeyespuig@gmail.com


El amor de la madre significa dicha, paz,

no hace falta conseguirlo ni merecerlo

Erich Fromm




“Venerable diosa de hermosa cabellera…”; así le cantó Homero a Deméter, diosa Madre entre los antiguos griegos. En su himno, Homero revela su admiración por el empeño incansable de Deméter de recuperar a su hija, Perséfone, raptada por Hades, dios del inframundo, con el beneplácito de Zeus, padre de los dioses y los hombres. 

Contra viento y marea, Deméter arremete contra todos los obstáculos que se le interponen en su voluntad de liberar a su hija del cautiverio en el cual se encontraba. Le rogó al sol (“que todo lo contempla en la Tierra y el Mar”) que le dijera quién se había llevado a su hija, y ordenó al rey de Eleusis que construyera un templo en su honor para desde ahí perpetrar su venganza. Como diosa Madre, Deméter disponía de la fertilidad, tanto de la tierra como de los humanos, y valiéndose de su poder para persuadir a Zeus que le devolviera a su hija, Deméter escondió todas las semillas necesarias para fertilizar la tierra provocando una hambruna espantosa. Así, apremiado por las circunstancias, el padre de dioses y hombres finalmente accedió a la voluntad de Deméter y envió al dios mensajero, Hermes, a buscar a Perséfone al inframundo para llevarla junto a su madre. 

El relato de Deméter es una magnífica ilustración de la cualidad incondicional que, según Erich Fromm, caracteriza al amor maternal.  A diferencia de otras formas de amor, sujetas a variadas condiciones dependiendo de cada contexto o circunstancia, el amor maternal solo requiere de un “ser hijo o hija” para manifestarse. “Por su misma naturaleza (el amor maternal) es incondicional. La madre ama al recién nacido porque es su hijo, no porque el niño satisfaga alguna condición específica ni porque llene sus aspiraciones particulares”.  Y, efectivamente, nada dice el himno de Homero acerca de las cualidades de Perséfone como hija. Es que éstas son, sencillamente, insignificantes. No importa si Perséfone era linda, cariñosa, simpática o virtuosa: Deméter la amaba, y estaba dispuesta a hacer todos los sacrificios para salvarla, solo porque eras su hija. En ese sentido, podemos pensar en esta cualidad incondicional del amor maternal como una fuerza pulsional, derivada de nuestra naturaleza animal y garante de la supervivencia de la especie. Ni rastros de voluntad o libre albedrío; el amor incondicional es pura determinación o necesidad. Siempre pienso que, si no fuera por este apego de naturaleza incondicional, instintiva e indiferente a cualquier intención o lucubración racional, las mujeres salvajes (sin mandatos o normas que le prescriban lo que significa ser una “buena madre”), más temprano que tarde, habrían abandonado a sus hijos huérfanos e indefensos. Porque no es de puro sentido común deducir que se “debe” amar a ese ser minúsculo que es expulsado de nuestro cuerpo con un trabajo y un dolor intensísimos. Y que, además, se presenta sucio y llorando a moco tendido, alterando nuestra paz y demandando toda nuestra atención, sin pedir disculpas ni permiso. Sí; el amor incondicional, que pulsa inconsciente y poderosamente en el alma de una madre (biológica o adoptiva), es “el hogar de donde venimos, la naturaleza, el suelo, el océano” que sostiene y contiene al hijo desvalido. Un “hogar” que nos garantiza (porque todos somos hijos de alguna madre, biológica o adoptiva), no sólo la supervivencia sino, más aún, la existencia en este mundo. 

Amar incondicionalmente no es para nada fácil. Porque, aunque no nos exige ningún esfuerzo o voluntad para ser experimentado, basta con sentirlo para correr el riesgo de vernos arrojadas a situaciones en las cuales, como Deméter contra Zeus, debemos hacer frente a fuerzas contra las cuales, racionalmente, tenemos todas las de perder. Por esto son las madres las que, estadísticamente (y hasta habiendo sido víctimas, incluso) más acompañan y visitan a sus hijos en los hospitales, cárceles, manicomios y correccionales. Si el amor ya de por sí nos vulnera, cuando es incondicional, la vulneración se multiplica a la enésima potencia. Y por esta razón a veces se piensa, y con cierta razón, que la maternidad es un recurso tan eficaz para perpetuar el sometimiento de la mujer; en palabras de Balzac, “La verdadera madre nunca está libre”.  

Pero la justicia nos exige evaluar los hechos desde distintas perspectivas y, así, para alcanzar una comprensión más ecuánime de la naturaleza del amor incondicional, debemos cuestionarnos si la falta de libertad a la que refiere Balzac es algo exclusivamente nocivo o indeseable. 

En “El Banquete”, Platón narra la historia del nacimiento de Eros, dios del amor: este fue engendrado por Poros, dios de la oportunidad y la conveniencia, y Penía, una pordiosera.  Según esta versión platónica, el amor requiere tanto de la abundancia (Poros), como de la indigencia (Penía) y, por ende, el grado de vulneración (o sensación de carencia) al cual nos exponemos cuando amamos, es directamente proporcional al empoderamiento que gozamos cuando lo experimentamos. De esta manera, aún sin la libertad para dejar de amar, el amor incondicional nos dona la posibilidad para sentir, como Deméter, que podemos debatirnos contra todos los poderes que nos sojuzgan y oprimen, tanto externos como internos o propios. No en vano Nietzsche advirtió a los hombres que teman “a la mujer cuanto ésta ama; entonces ella es capaz de todo sacrificio, y cualquier otra cosa le aparece desprovista de valor”. 

Magro favor le hacemos al amor incondicional cuando lo reducimos a la lógica propia del sentimentalismo y la cursilería, y presumimos que una madre debe negarse a sí misma, a su libertad y autonomía para amar bien a sus hijos. La sujeción no radica en el amor, sino en la manera como lo interpretamos, sentimos y manifestamos. 

Al final, la libertad de Perséfone fue posible gracias al amor incondicional de su madre quien, aunque sin poder elegir no amarla, encontró en esa necesidad el poder para enfrentar y vencer todos los obstáculos, incluida la voluntad del mismísimo “padre de dioses y hombres”.    



*Magdalena Reyes (Montevideo 1970) es licenciada en Filosofía y Psicología en la Udelar. Ejerce como psicóloga clínica y consultora en filosofía. Tiene una columna en Del Sol FM y es autora de varios libros. Su último libro “Asi está bien¨ fue publicado por Penguin Random House en 2021.


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